06 junio 2012

Pseudo guía para mirar el mundo



Cuando no hace muchos años, empecé a darme cuenta de que por afuera de mi cotidianeidad se sucedía un mundo bastante más complejo, me surgió la necesidad de tratar de entenderlo.


En un primer momento creí que el camino era la economía. Mi papá se había ido a vivir al otro lado del océano porque acá la plata no alcanzaba; el dólar, los precios, el sueldo, al igual que ahora, eran los temas de tapa; y la separación abismal entre ricos y pobres se me hacía cada vez más evidente. Pensé que al entender cómo funcionaba la circulación del dinero en el mundo y sus recovecos, podría descubrir cuál era el punto que funcionaba mal. Mi inocente anhelo, era modificar ese punto.


Después de unos meses de estadísticas y fórmulas macroeconómicas, en la facultad llevábamos varias clases tratando de entender una teoría. “Cuando esta línea se ubica por debajo de esta curva, lo que nos está diciendo es que hay que reducir el gasto en mano de obra”, dijo el profesor sin la más mínima preocupación, como si dijera “tenemos que apagar la luz para ahorrar energía o comamos arroz y polenta todo el mes”. Yo empecé a mirar a mis compañeros, para ver si a alguno le había hecho un poco de ruido como a mí. ¡¿Dos meses tratando de entender números indescifrables para que la primera vez que hablan de la gente a la que esos números afectan me digan que hay que echarlos!? Huí despavorida hacia los brazos de la sociología y desde entonces tomo con pinzas cuando hablan los economistas, que por lo general suelen amar más a los números que a la gente. Aunque no todos son así ni siempre fue así. Por algo, la carrera de Economía antes se llamaba Economía Política. Alguien le robó disimuladamente la parte de política.


(Hago un paréntesis para aclarar que mis constantes huídas de una disciplina a otra tienen que ver además con la terrible ansiedad que me envuelve y que me hace querer las cosas ya y sin demasiado esfuerzo).


Lo primero que me enseñaron en una clase de sociología es que salvo las actividades fisiológicas (comer, beber, ir al baño, reproducirse, respirar, etc), no hay absolutamente nada de natural en todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Nuestra forma de vestir, alimentarnos, relacionarnos con los otros, trabajar, divertirnos, nuestra organización política y económica, el matrimonio, todo, todo, todo, fue construido por el hombre, se fue desarrollando, consolidando, transformando a lo largo de la historia. Y así como es hoy, podría ser de otra manera. Y así como nosotros lo construimos, lo podemos modificar.


En algún momento de la historia era natural que el hombre arrastrara de los pelos a su mujer; luego fue natural que las mujeres no estudiaran ni trabajaran ni votaran ni opinaran; hoy eso es, en la mayoría de las sociedades, bastante distinto, salvando las diferencias de género que aún existen. Y esa misma transformación se puede aplicar a cualquier práctica social, a cualquier institución, a cualquier sistema económico o político.


Fue normal tener esclavos, fue normal que gobernara un rey, fue normal matar negros y gays, fue normal que la gente siguiera casada toda la vida aunque se odiaran, fue normal que se usara la sal como medio de pago y que no existiera el dinero (y menos los dólares). Y puedo seguir hasta el infinito.


Partiendo de este punto de análisis, es que la sociología empieza a abrirnos la cabeza para el entendimiento de una realidad por demás compleja.


Poder utilizar sus herramientas en la práctica periodística, es la misión que me propongo. Comencé por explicar, muy sintéticamente, cómo me fui desarrollando para que los que me lean, me conozcan, sepan de dónde vengo, en base a qué se forma mi pensamiento del mundo, mi ideología. Porque todos tenemos una. Aunque mucha gente no lo sepa conscientemente o aunque muchos periodistas intenten disimularla bajo el mote de “periodismo independiente u objetivo”. Todos crecimos en un contexto familiar, social, político, económico, histórico que formó nuestras ideas y desde el cuál adoptamos distintos puntos de vista sobre las cosas. Intentar autoanalizar cuál es ese lugar desde el que cada uno mira los hechos de la realidad, debería ser el primer paso que todos, periodistas, políticos, opinólogos, economistas, y sobre todo los ciudadanos, deberíamos dar.


El segundo paso es ponernos de acuerdo, primero con nosotros mismos, sobre cuál es el mundo que queremos, qué tipo de Estado, qué tipo de economía, cómo queremos que se actué con las poblaciones menos favorecidas, y también con las más favorecidas, etc, etc. Ese segundo paso quedará para la próxima.

12 diciembre 2011

¿Cómo le explico?



El día que volví a ver a Tina después de la operación, me desperté con la espalda caliente porque me había dormido en la parte de la cama donde pega el sol a la tarde. Como la sensación me molestaba, me senté sobre las patas de atrás y vi que ella estaba en el patio. Cuando notó mi presencia, estiró sus manos hacia adelante arqueando el lomo y levantando la cola. Después posó la cabeza en el piso, de costado, mirando hacia donde yo estaba y con un movimiento brusco dejó caer todo su cuerpo y giró sobre sí misma una y otra vez.


Me miró de nuevo y abrió su boca. Por el movimiento de sus labios supuse que había maullado, pero no la escuché porque la ventana estaba cerrada. Yo bajé mis patas delanteras, las doblé hacia adentro y me recosté sobre ellas, dispuesto a seguir durmiendo. Pero Tina comenzó a caminar hacia donde yo estaba. Sentí una leve perturbación.


Se detuvo a dos metros de mi ventana para lavarse la cara. Después la cola. Me miró y dio otra de sus vueltas. Esta vez el maullido fue más fuerte. Movió los labios de la misma manera, pero lo pude oír. ¿Qué quería? Como si no hubiera otros gatos en la manzana para joder.


De un salto llegó a la maceta del ficus y de ahí a mi ventana. Iba y venía por el borde angosto, como si fuera una pasarela. Se refregaba contra el vidrio y cuando me miraba se me erizaba la cola, pero seguí en la misma posición, recostado sobre mis cuatro patas y entrecerrando los ojos para que no me molestara el sol.


Ella empezó a rasgar el marco de madera con sus uñas para que la dejara entrar. Su maullido era cada vez más fuerte, casi un lamento. Yo inmóvil.


Me miró por última vez y se fue, sin poder entender mi repentina indiferencia. 

17 septiembre 2011

Chorros y naranjas

La portera venía  agitando la mano con la que agarraba una naranja. La sacudía y la levantaba para que yo pudiera ver el cuerpo del delito. “Esta es la naranja que esos chorros tiraron en la vereda – dijo con su insoportable voz chillona- No les den más cosas para comer. Se las lanzaban unos a otros como si fueran pelotas. Y el pan que ustedes les dieron… se lo comieron las palomas”.


Los chorros tienen ocho años. 







“…Es el destino divino, tan fino, tan occidental y cristiano,
cosmopolita y parisino,
tan típico matute pero no el de don Gato
el vigilante argento además es barato
además es barato,
es el estilo tan fino
del vigilante medio argentino…”

Vigilante medio argentino
Andrés Calamaro
El Salmón
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