17 septiembre 2011

Chorros y naranjas

La portera venía  agitando la mano con la que agarraba una naranja. La sacudía y la levantaba para que yo pudiera ver el cuerpo del delito. “Esta es la naranja que esos chorros tiraron en la vereda – dijo con su insoportable voz chillona- No les den más cosas para comer. Se las lanzaban unos a otros como si fueran pelotas. Y el pan que ustedes les dieron… se lo comieron las palomas”.


Los chorros tienen ocho años. 







“…Es el destino divino, tan fino, tan occidental y cristiano,
cosmopolita y parisino,
tan típico matute pero no el de don Gato
el vigilante argento además es barato
además es barato,
es el estilo tan fino
del vigilante medio argentino…”

Vigilante medio argentino
Andrés Calamaro
El Salmón
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                        Letra

14 septiembre 2011

La espuma


Clara tenía que devolver el libro ese dia. Ya habían pasado las dos semanas de plazo. Era la cuarta vez que se atrasaba. Pensé en llamarla para decirle que Mirta la iba a suspender por veinte días y Clara no aparecería, como suele hacerlo, entre los estantes, buscando cuentos.

Ordené lo que quedaba en el escritorio y me fui a casa caminando lento para que el instante de abrir la puerta y sentir olor a viejo se alejara. Recuerdo que cuando era chica salía corriendo de la escuela y atravesaba las cinco cuadras que me separaban de casa contando los pasos que faltaban para hundirme en la pollera de mamá. Eso fue antes de que los brazos esponjosos y con olor a canela se transformaran en un pulpo.

-      Hola mami. Sí, te traje la revista. Tuve que limpiar la biblioteca. Por eso tardé. No hablé con nadie en el camino. Te lo juro, no estaba el vecino en la puerta. Ya te dije que no me gusta. Si mamá, ya sé que estás enferma.

En la guía telefónica había cinco Olazar, pero sabía que Clara vivía en la calle España porque un día la había seguido después del colegio durante diez cuadras. Estaba como embobada con el vaivén de la pollera, hasta que se dio vuelta y me vio.

-      Hola Dora, ¿vivís por acá?-, me preguntó.

No sé por qué conocía mi nombre, si me pasaba todo el día en un rincón de la biblioteca acomodando libros. No supe qué decirle, me dió vergüenza. Vi una farmacia enfrente

-      Vine a comprarle unos remedios a mamá – dije,  sintiéndome una tarada – Está muy enferma y la tengo que cuidar.

¿Por qué no cambié de tema y le dije algo más interesante? Si la doblo en edad…

Al recordar ese dia se me fueron las ganas de llamar a Clara. Además había llegado la hora de bañar a esa vieja. Me daba tanto asco tocarla; la piel le colgaba y tenía que pasarle jabón por los pliegues que se le formaban en la cintura.

Mientras preparaba el agua me vino el recuerdo de cuando me bañaba con mi prima. Para Patricia era algo normal ducharse conmigo porque tenía hermanas; yo esperaba ese momento durante toda la semana. Su piel con espuma era todavía más suave. Hasta que mamá se enteró.

Una noche soñé con Clara. Era mi hija y la tenía en brazos, la acariciaba, era mía, la cuidaba. De un momento a otro, se convertía en un gato negro que caminaba sigilosamente entre los estantes de la biblioteca. Se acercaba y me hundía la trompa en el sexo una y otra vez, mientras me miraba con unos ojos verdes, grandes. Como los de Clara.

Me desperté del sueño con la misma sensación de impotencia de siempre. Sentirme húmeda me recuerda todo lo que no soy. Comencé a bajar mi mano pero los gritos de la vieja pidiendo el desayuno me interrumpieron.

Esa tarde, Mirta había traido facturas a la biblioteca. Se ve que quería hacerse la simpática. No me interesaba matar el tiempo hablando con esa gorda chusma.

-      Gracias. No me gusta el mate dulce. Una tortita negra te acepto. ¿Viste qué calor? Ya pasé la lista de los que deben libros. No hay que suspender a ninguno-, le contesté.

La pendeja de Clara me debía un favor. Ni se enteraba de lo que yo hacía por ella. Lo único que le importa era tocarle la verga al rubiecito en la plaza.

Decidí ir al recreo y hablar con ella. Podría sacarle el tema del libro. Decirle que la cubrí ante Mirta.

La espié mientras jugaba al elástico. Yo simulaba leer pero en cada salto su pollera se levantaba y yo me estremecía. Clara me miró y me saludó de lejos. Intenté reponerme pero el cosquilleo se hizo más intenso. Sentí que estaba por explotar; que algo se deslizaba por mis piernas.

Me escondí en el baño y sentí, al otro lado de la puerta, la voz de Clara que se transformaba en susurro para contarle a una amiga:

-      Me levantó la pollera y se refregó contra mi…

No escuché nada más. Mi mano comenzó a recordar la bombacha blanca, los muslos. Temblé en silencio, imaginando las tetas incipientes bajo la camisa, la espuma, los pezones oscuros de Patricia. Las contracciones vinieron como oleadas.

Cuando salí del baño, Clara todavía estaba ahí. Le hablé tratando de disimular mi excitación:

-      Olazar tiene que devolver el libro. La van a suspender. Sí, mañana a las ocho estoy yo sola en la biblioteca. Sí, le prometo que no digo nada.